Por Manuel Leguineche. Publicado en El País el17/02/2007
Las guerras del siglo XX han sido contadas a través de la prensa escrita y de la radio hasta la Segunda Guerra Mundial, después la televisión se incorporó en Vietnam a la cobertura periodística y, por último, los conflictos en la antigua Yugoslavia o en Irak han sido transmitidos a partir de la realidad virtual. No obstante, los periodistas honestos siguen aspirando a ser testigos de primera fila de los acontecimientos para denunciar los abusos y las mentiras de los poderosos.
El general Vince Brooks, una rueda de prensa sobre la guerra de Irak- AP
«Apartaos de mi camino, miserables borrachos», era la frase con la que el general Kitchener obsequiaba a los corresponsales de guerra en Sudán, tal y como recoge Philip Knightley en su libro La primera baja.
Los soldados venían a ser algo así como los corresponsales de guerra, mal avenidos y borrachos. Hace falta mucha vocación para aguantar un ritmo tan infernal y un desprecio tan profundo. Pero el periodismo de investigación no ha cedido y sigue dando disgustos a los generales, a los patrones de las grandes empresas y a los altos funcionarios. Hace falta mucho cuajo para resistir día a día tantas dificultades. Conocimos las que sufrieron (y gozaron) Woodward y Bernstein en el curso de su trabajo en el Watergate. Pero ése es sólo un emblema del oficio. Hay otros muchos casos en los que la persecución de la noticia y la identificación de los culpables o de los responsables fue voraz e indeclinable. En todos esos casos triunfó el periodismo de investigación. Estos periodistas son los que fueron llamados el siglo pasado muckrakers, o sea, los que hozan en la basura. Para acceder con éxito a este tipo de periodismo se necesita entre otras cosas tiempo, persistencia y dinero. En los países en los que no ha triunfado el periodismo de investigación, resulta una tarea imposible, y hay otro dato: una sociedad impermeable al secreto, que huye de las fuentes. Nada se puede hacer con ese tipo de individuos que no sueltan prenda. Pero se trata de no abandonar su presa que es lo que hace del periodismo un arte y una búsqueda de la verdad.
«Cuando llega una guerra la primera víctima es la verdad», dijo
una vez el senador norteamericano Hiram Johnson. El servicio de prensa fue hasta que llegó William Howard Russell una emanación de los ejércitos.
«Apartaos de mi camino». Privados de las fuentes del conocimiento, los corresponsales debieron batirse contra los guardianes del tesoro: ni una palabra salía de sus labios que contuviera algún secreto. Se trataba de abrir la Caja de Pandora y descubrir relaciones nuevas. Russell -que está enterrado en la londinense catedral de San Pablo, bajo una placa que reza: «El primero y más grande de los corresponsales de guerra»- rompió con ese esquema de sumisión a las autoridades militares. Se puso a informar por su cuenta, a moverse en mula por el frente hasta donde le dejaban, a informar con veracidad in situ. Su brillante crónica de la carga de la Brigada Ligera en The Times del 14 de noviembre de 1854 llevó la consternación a la opinión pública británica. La verdad era una píldora amarga y Russell, el primer testigo incómodo. Se llamó a sí mismo «el mísero padre de una tribu desdichada». Russell estaba, a pesar de todo, hecho de la madera de los héroes que gustaban a los militares, patriotas antes que reporteros. La Primera Guerra Mundial fue todavía tiempo de la Galaxia Gutenberg. La Segunda Guerra Mundial traería la hegemonía de la radio; Vietnam, de la televisión, y el Golfo o Kosovo, de la realidad virtual. Martha Gellhorn, tercera esposa de Hemingway y una de las mejores corresponsales de todos los tiempos, afirmó que Vietnam había sido la última guerra de los enviados especiales. Ella misma fue expulsada de Vietnam a mediados de los sesenta por sus investigaciones sobre abusos y casos de corrupción. Otro testigo incómodo.Churchill aseguró que después de las guerras atómicas vendrían las guerras atomizadas, eso es lo que puede estar pasando ahora en Congo, Irak, Darfur y tantos otros puntos negros que empiezan o se desarrollan donde siempre, en Oriente Próximo. Ahora, y no sólo ahora, van todos los periodistas juntos y les dejan algo de libertad para disimular, con cuentagotas. Hay quienes prefieren estas guerras masificadas en las que se les controla mejor a los de la tribu. Las mismas ruedas de prensa, las mismas declaraciones, la misma rutina, y llegarás a la conclusión de que desde donde mejor se informa es desde Washington. Algunas de las mejores exclusivas han nacido allí, no en el ardor de la batalla ni en las trincheras, son guerras que se desarrollan en los despachos. Sin embargo, los lectores necesitan descripciones dramáticas y un material así, caliente, no se logra desde los hoteles, sobre los miradores de la guerra o sobre la base de los partes oficiales que el ejército entrega en forma de observaciones de un testigo ocular. Hay que arriesgar, acercarse a primera línea. Más lejos, la foto no vale. Más cerca puede ser una traición a la patria. El periodismo confundido con el espionaje. Nada hay que hacer que dañe al ejército propio. Para ellos, el periodista debe ser antes un patriota que un cronista civil por libre.
Cualquier cosa que diga o escriba servirá como información para el enemigo. Ya dijo Napoleón que prefería el control de los periódicos a una división en combate. Un historiador escribió que, debido a los propagandistas del Estado Mayor y a los empeñados en ignorar las derrotas, «no hubo periodo más ignominioso en la historia del periodismo que los cuatro años de la Gran Guerra». En 1917, en la batalla de Somme, cayeron divisiones enteras. Los aliados perdieron 600.000 hombres en una sola batalla. Los diarios se olvidaron de la noticia por temor a un colapso de la moral de combate, a una crisis en el alistamiento de reclutas o a un levantamiento general que se vislumbraba en el horizonte. No sólo es que sufriera la verdad, sino que los periódicos se transformaron en aparatos de propaganda. En las trincheras españolas de 1936 se inició un debate a cara de perro sobre objetividad y compromiso. Los corresponsales acreditados en el bando de la República fueron por lo general abanderados de la causa, lo mismo que los destacados en el bando franquista. Eran más los destinados a tomar partido que los defensores de la vía descriptiva, distanciada, que contaba los hechos sin editorializarlos. «¡A la mierda con la objetividad, gritó Martha Gellhorn, aquí lo que está en juego es la derrota del fascismo!». Este debate no ha terminado aún, porque las dos escuelas de pensamiento compiten ásperamente.
Hemingway fue un mal corresponsal de guerra: cuando la República se derrumbaba en todos los frentes, anunciaba en sus periódicos canadienses su inminente victoria. El corazón le pudo a la cabeza. Hay pocas guerras entre naciones, son más entre vecinos, entre partidos, ya no hay reglas del juego, tampoco se venden más periódicos, eso quedó en el conflicto de Vietnam, por ejemplo, en el My Lai, de Seymour Hersh. Hoy se utilizan otras vías, el libro reportaje con revelaciones de un político presente; documentales de autor, Michael Moore, etcétera. Y con frecuencia estos choques duran mientras dura el dinero para sufragarlos.
Alguien dijo cuando se reunieron miles de periodistas en el frente de Kosovo que aquello parecía el Tour y no le faltaba razón. Las guerras son ruedas de prensa sucesivas. Peter Arnett se salió de la pista al intentar, como en otros tiempos, contar la guerra secreta de Laos. Hay poco espacio para las exclusivas, si es que queda alguno. Hay cosas del género rearme nuclear de Corea del Norte o Irán, pero merece más la pena ocuparse del cambio climático. La guerra nunca pasará de moda, pero habrá grados. ¿Vuelven las guerras atómicas? ¿Y otra vez con el equilibrio del terror?
Pensamos que You Tube, los blogs o bitácoras, la Tercera Generación de los móviles y la rapidez de difusión de estas nuevas tecnologías son los encargados de transmitir los conflictos a todos. Ahora los medios españoles ya cuentan en Internet con su propia televisión informativa que permite mostrar breves sobre una noticia. Al tratarse de servicios gratuitos tienen mayor demanda y puede que algún día hasta acaben con los presentadores de informativos.
En las guerras se puede observar como avanzan armamentisticamente las grandes potencias, por eso creemos que en los futuros conflictos aparecerán nuevos progresos en el periodismo de guerra; como así ha sucedido a lo largo del pasado siglo.
Debido a la constante evolución de los medios de comunicación, los propios comunicadores también han cambiado. Creemos que los valientes corresponsales que lo arriesgaban todo por conseguir y difundir una información fidedigna están desapareciendo y dando paso a cómodos periodistas que se conforman con algo tan superficial como una rueda de prensa sin molestarse en verificar los hechos y datos.
Compartimos la opinión del autor del artículo.
Pensamos que un corresponsal de guerra no puede redactar una noticia objetiva desde un despacho y escuchando únicamente una rueda de prensa. El buen periodista de guerra debe informarse e investigar, ir a la primera línea de conflictoy redactar objetivamente lo que ve.De esta manera la figura del corresponsal va a desaparecer puesto que solo se limita a transmitir lo que otros dicen.
La figura del periodista de guerra comenzará a ponerse en tela de juicio. Los lectores ya no creeran lo que leen,porque saben que no ha habido un trabajo de investigación correcto.
La evolución de la guerra ha ido de la mano de una mejora en la tecnología. Ésta se ve reflejada en el aumento de la capacidd comunicativa y de captación de imágenes de los medios de comunicación.
Mandar un corresponsal a la guerra requiere un gran esfuerzo económico por parte de la empresa por lo que por este motivo tiende a haber menos periodistas en el centro del conflicto.
Una posibilidad sería que el periodismo de guerra del futuro podría ser llevado a cabo por autómatas capaces de captar imágenes y por cámaras colocadas estrategicamente para ser «los ojos» de un redactor situado en un entorno seguro.
Un saludo
Ángel, Beto y Cruz
Creemos que si no se hubieran producido todas las evoluciones tecnológicas durante el siglo XXI, el medio utilizado por los periodistas para comunicar hubiera quedado desfasado, de tal forma que no se transmitiría con tanta eficacia ni alcance global como hoy en día. Sin embargo, la figura del periodista está muy condicionada por los medios de comunicación como medio vital para desarrollar su profesión, que al fin y al cabo, ese medio es su empresa, su futuro. En definitiva, el periodista actual debe adaptarse a los cambios tecnológicos si realmente quiere que su trabajo sea fructífero. Aunque para muchos suponga un retroceso, para los periodistas la tecnología es su materia prima.
Parece que hay dos aspectos olvidados en el campo de la guerra: por un lado, los propios corresponsales, cuyos fallecimientos se ignoran de un modo interesante al igual que su trabajo no llega a ser del todo valorado. En segundo lugar, los conflictos que por ser de países menos conocidos, no son menos importantes y desastrosos como los problemas en África o las guerrillas de Hispanoamérica.
Podemos observar que en cualquier conflicto la figura del periodista ha sido un actor fundamental desde su inicio porque existe la necesidad de obtener información acerca de los sucesos que afectan a la humanidad.
Es evidente que lo medios de comunicación han ido evolucionando a medida que conflictos y guerras han ido aconteciendo. Tal y como se han dado estos cambios en los medios, también los han sufrido los periodistas encargados de informar de ellos.
Hoy en día, parece que los corresponsales de guerra son meras marionetas de los ejércitos.
El poder y la manipulación están a la orden del día. Los periodistas adquieren una libertad mínima y están condicionados por los grandes grupos de poder. Por otro lado los corresponsales de guerra siguen siendo un brazo más del ejército, a pesar de que muchos de ellos buscan la objetividad y reflejar la realidad desde un primer plano.
muy chebre lo que ley
Completamente de acuerdo, el periodista puro, el reportero puro es aquel que se la juega en el «campo de batalla», el que esta en el lugar de los hechos, donde se origina el suceso, es ahi donde debe de estar siempre el gran periodista, y no el que informa desde la redaccion, de nuevo «me quito el sombrero» ante todos aquellos periodistas autenticos, que estan en el lugar de los acontecimientos.