Por Alfonso Pardo
La misma semana que Bruce Willis y su Live free or die hard llega a las pantallas de los cines estadounidenses con la intención de ser la action-flick del verano, se ha estrenado Sicko, el último pseudo-documental de Michael Moore. Mmmh? una elección comprometida, pero al final la propuesta del director de Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11 se impuso a la cuarta entrega de un John McClane que mejor estaría jugando una partidita de dominó con Rocky Balboa.
A Moore se le ama o se le odia. Sus películas no son exactamente documentales ? de ahí el pseudo del párrafo anterior-, todo en ellos está perfectamente medido para hacer llegar al público las tesis de este cineasta y escritor norteamericano. Y las tesis de Moore son siempre rotundas, audaces, verdaderos puñetazos en la boca del estómago del poder. Y si no que se lo pregunten a George W. Bush, que a pesar de todo su poder no ha podido mandar a Moore a la cárcel. ¿El secreto? Talento, pero sobre todo trabajo duro.
Moore es un tipo inteligente y cada una de las acusaciones que vierte en sus películas está respaldada por datos. El trabajo de documentación que hay detrás de sus películas es simplemente extraordinario, de hecho se trata de la espina dorsal de sus guiones. La mayor parte de la preproducción él y sus documentalistas la ocupan buceando en todos los archivos oficiales y privados que tienen a su alcance: visionando kilómetros de antiguos rollos de película, escuchando horas sin fin de grabaciones y leyendo kilos de documentos. Y es ese material el que Michael Moore utiliza como materia prima de un complejo rompecabezas, para construir el producto audiovisual con el que lanza sus mensajes de denuncia al mundo. Eso y alguna de las tramas que él mismo idea y protagoniza, porque a Michael Moore le gusta salir en sus películas.
Pero hablemos de Sicko. El objetivo del film es denunciar el sistema sanitario estadounidense: el público y el privado. No en vano, en los Estados Unidos la manera más fácil de pasar de una vida prospera y desahogada a ser un homeless ?literalmente- es tener un problema serio de salud. De hecho, según la Organización Mundial de la Salud, el sistema sanitario norteamericano está en el puesto 37- por detrás del costarricense-, mientras la sanidad española se encuentra en el séptimo lugar absoluto.
La película comienza con un caso que de puro trágico arrancó una amarga carcajada en la audiencia: un individuo sin seguro médico se cortó accidentalmente los dedos corazón y anular de una mano con una sierra circular. En el hospital le dicen que reimplantarle el dedo corazón le costará $70000 pero que el anular le costaría ?sólo? $12000. Decide aceptar la oferta de los médicos e implantarse únicamente el anular.
Las siguientes dos horas de película las dedica Moore a comparar en primera persona la sanidad norteamericana con la canadiense, la británica, la francesa y la cubana, aderezándola con historias y dramas médicos de compatriotas suyos. Es, por asi decirlo, el lado oscuro de la medicina estadounidense que no se muestra en la serie House . Porque, ahora que pienso, ¿se ha visto alguna vez en House a los pacientes pagando las facturas del hospital?
Sicko merece ser vista y meditada. Aunque sólo sea para que la próxima vez que estemos en la sala de espera de urgencias de uno de nuestros hospitales españoles, sepamos apreciar que a pesar de las largas ?es cierto, a veces agónicas- esperas, somos unos ciudadanos afortunados.